domingo, 30 de marzo de 2014

Jardiel y el absurdo

A menudo se ha tratado de considerar a Jardiel (al igual que a Mihura, compañero de generación) como un pionero del llamado 'teatro del absurdo', aunque a mi parecer sin demasiada base científica. Basta profundizar un poco en las comedias de Jardiel -diálogos, situaciones, escenarios- para darse cuenta de que las diferencias entre estas y el teatro del absurdo son sustanciales, tanto en su forma como en sus intenciones últimas. Quizá al teatro de Jardiel se le podría calificar de 'inverosímil' más que 'absurdo'.

Resulta obligado, pues, hacer una referencia, siquiera sea sucinta, a la esencia del teatro del absurdo, poniéndolo en relación con las comedias de Jardiel para ver si hay alguna similitud entre aquél y éstas.

Bajo la denominación de “Teatro del Absurdo” se suele englobar una tendencia en la literatura dramática que emerge en París en la década de los cuarenta y principios de los cincuenta, que se manifiesta en especial, en las obras de Arthur Adamov, Fernando Arrabal, Samuel Beckett, Jean Genet, Eugene Ionesco y Jean Tardieu.

Lo primero que llama la atención es que todos los autores citados, aun cuando puedan tener procedencias diversas, presentan la característica común del idioma. Beckett es irlandés de nacimiento, y escribe en inglés, pero así mismo lo hace en francés. Lo mismo sucede con Arrabal, español de nacimiento pero francés de crianza y de letras, al menos durante una importante parte de su vida. Y más claro aún resulta el caso de Ionesco, a quien muy pocos consideran un escritor rumano, pese a haber nacido en Rumanía.

Se han encontrado precedentes del teatro del absurdo en ciertas obras alegóricas medievales y en los autos sacramentales del barroco español, o, más recientemente, en la forma literaria llamada non-sense (practicada por Edward Lear y Lewis Carroll, principalmente), e incluso en la obra de Joyce y Kafka. Más clara parece sin embargo la influencia del drama grotesco de Alfred Jarry, por volver al entorno francófono, o las farsas de Georges Feydeau. Algunos movimientos vanguardistas, como el dadaísmo o el surrealismo, también pueden ser el germen de lo que posteriormente se conoce como 'teatro del absurdo'.

Cuando en 1938 Artaud publica “El teatro y su doble”, está ya sentando las bases de esta corriente literaria que tanta influencia tendrá en la literatura dramática del siglo XX.

La denominación del término absurdo para referirse a esta clase de obras, es empleada expresamente por algunos pensadores existencialistas. Así, para Albert Camus, la humanidad debía resignarse a admitir que no es posible ofrecer una explicación absolutamente racional del universo, y en ese sentido y por consiguiente el mundo debe ser visto como algo absurdo.

Sea como fuere, lo cierto es que hacia 1940 comienza a tomar forma una tendencia literaria -fundamentalmente dramática- caracterizada por la incorporación de imágenes oníricas, ambientes cerrados y de pesadilla, basado en el reflejo de las emociones internas de sus personajes.

El teatro del absurdo se extendió posteriormente, rebasando las fronteras francófonas. Y así, encontramos exponentes de esta tendencia entre los autores ingleses (Harold Pinter, Tom Stoppard), alemanes (Peter Weiss), estadounidenses (Edward Albee), o centroeuropeos (Slawomir Mrozek, Vaclav Havel), etc.

Las obras de este género carecen por lo general de argumento, o si lo tienen, suele ser obsesivo, repetitivo, escasamente dramático. Los escenarios resultan desoladores y prácticamente vacíos, desnudos de todo adorno o ropaje. Todo ello da la sensación de estar envuelto en una pesadilla. Y esto, como dije al principio, es completamente opuesto a la dramaturgia de Jardiel, cuya estética es precisamente lo contrario: lujosas mansiones, profusión de entradas y salidas, incluso con puertas o rampas secretas, y un cuidado en cada detalle para no dejar nada a la improvisación. Esto por lo que se refiere a los escenarios. Y respecto a los diálogos, si bien en el teatro del absurdo no se renuncia a la comicidad, no es esta desde luego la función principal de la obra. Ni siquiera lo cómico tiene que ser característico del teatro del absurdo. Muchas veces estamos más cerca del drama; si aparecen destellos de locura en algún personaje, es más un rasgo trágico que cómico. En el teatro del absurdo los locos no son felices con su patología, mientras que esos personajes disparatados que introduce Jardiel en sus comedias rebosan alegría, vitalidad y optimismo.

Las obras del teatro del absurdo quizá tengan un mensaje subliminal, quizá pretendan que el espectador extraiga una moraleja o una lección, aunque las más de las veces empiezan igual que terminan, con el espectador/lector encogiéndose de hombros y abandonando el escenario con un regusto agridulce, mezcla de indignación y de perplejidad. El final es lo de menos; la obra podría prolongarse muchas veces de forma indefinida más allá del tiempo. Lo que tratan de reflejar las piezas del teatro del absurdo es el hastío existencial, la insatisfacción vital. Jardiel en cambio busca la diversión, la risa, el humor puro. El teatro de Jardiel no se prolonga hasta el infinito, sino que nace, vive y muere, o dicho de otra forma, mantiene los tres postulados clásicos: planteamiento, nudo y desenlace, y difícilmente queda un nudo sin desatar ni un fleco suelto. Esto obviamente no sucede en las piezas encuadradas en el teatro del absurdo, en donde no hay explicaciones, ni finales.

Ahora bien, aunque en general el teatro de Jardiel se halla bastante alejado de la corriente del 'teatro del absurdo', tal y como acabamos de exponer, no faltan en sus comedias abundantes rasgos de humor absurdo, como puede verse en los siguientes ejemplos:

En [USTED], cuando Francisca, despechada por Sergio, se pone a llorar, Oshidori, el criado, le ofrece una silla para que llore más tranquila, y ella muy digna afirma que 'sabe llorar de pie', a lo que Oshidori vuelve a replicar: Pero es que sentada lloraría la señora mucho más a gusto… Y tras sentarse en el sillón, Francisca comenta: ¡Pues es verdad! ¡Qué bien se llora así! ¡Se llora divinamente!

En [ELOÍSA], durante el prólogo, uno de los espectadores comenta que “nos han dao unas butacas muy laterales, de esas que hacen ver la película de perfil, y tos los personajes me se antojan el traidor”, idea ésta por cierto que ya incorporó en alguna de sus novelas.

En [MARIDO] hay una serie de 'diálogos de besugos' que entran de lleno en el absurdo, destacando en especial el que sostienen Leticia y Gracia, a propósito de Díaz, el experto en trajes antiguos que no sabe nada de trajes antiguos, y que pretende colocarse como empleado en el negocio de seguros de su marido. Aunque resulte un poco largo, conviene recordarlo por tratarse de una verdadera joya:

G: - Oye, ¿quién es este señor?
L: - Un especialista en trajes antiguos.
G: - ¿Y a qué se dedica?
L: - Nunca se lo he preguntado.
G: - ¿Ha venido a deciros cómo teníais que poneros los trajes antiguos?
L: - Ha venido a ver si Pepe le coloca en su Compañía de Seguros.
G: - Entonces, ¿vive de los seguros?
L: - No. Vive de los trajes antiguos.
G: - Es que, al parecer, no sabe una palabra de trajes antiguos.
L: - Por eso querrá colocarse en la Compañía de Seguros.
G: - ¿No sabiendo de seguros?
L: - No sabiendo de trajes antiguos.
G: - Pero vamos a ver… Para colocarse en una Compañía de Seguros, ¿importa algo que no sepa nada de trajes antiguos?
L: - No… Pero ¿quieres decirme qué obstáculo hay para que, no sabiendo de trajes antiguos, se coloque en una Compañía de Seguros?
G: - ¡Caramba! ¡Pues el que no sabía nada de seguros!
L: - Pero mujer, tampoco sabe nada de trajes antiguos!


En [MADRE], hay algunos rasgos de absurdo, pudiendo entresacar éste: Sí, el duque murió hace tres años. Por cierto, que como era tan alto, tardó en morirse más de dos semanas.

En [SEXO], asistimos al siguiente diálogo entre Mengana, una sirvienta, y Román, su novio:
- En su familia nunca ha habido sabios.
- Ya se les ve que es gente decente.
- Y porque ellas no han tenido nunca antepasaos.
- Y han hecho muy bien. ¡Pudiendo...!

Y en una conversación entre Lila y su sobrina Tilendi, se lee lo siguiente:
- Poco cerebro tenía yo antes de estos tres días, Tilendi; pero lo que es ahora, estoy que me preguntas cuántas son dos y dos... ¡y te digo que cuatro!
- Tía Lila... Pues sí que estás muy mal, porque dos y dos son cuatro, en efecto.
- ¿No te digo? ¡Ahí tienes! Y yo hubiera jurado que eran cuatro.

O más adelante, en una conversación entre Lila y Fermín, aquélla pregunta: ¿Usted no necesita un perro?, a lo que éste responde: No señora, yo veo perfectamente.

En [CARLO] encontramos igualmente algunos comentarios en el más puro estilo del absurdo: “El camarero tarda tanto en servir, que aquí el té de las cinco lo tomamos siempre a las ocho y media”, o, por seguir con alusiones culinarias, cuando Dupont afirma que sabe hacer la sopa al cuarto de hora en cinco minutos, o finalmente, cuando un personaje se pregunta, después de que le han vertido sin querer el café en la ropa: ¿se me verá mucho la mancha? Y le contestan: Poniéndose otro traje, no.

En [MARGARITA], cuando uno de los personajes comenta que “Nos va a pillar el amanecer subiendo Peguerinos”, replica Luz de Bengala: ¡Qué bien! Con lo que a mí me gusta amanecer cuesta arriba…

También es una forma de absurdo el empleo de la lógica 'sui generis' que hace Baselgo, en [MADRE], al explicar que está de permiso penitenciario: “...Pero me vuelvo al penal esta misma noche, porque si me retraso de los días concedidos, me expongo a que ya no me dejen entrar”. O el razonamiento un tanto peculiar que en [BLANCA], emplea la protagonista a la hora de demostrar el tiempo que tiene una de sus pieles de zorro: “medio año que he llevado yo puesta la piel y cuatro años y medio, por lo menos, que la llevó el zorro, suman cinco”.

© Juan Ballester

2 comentarios:

Seguidor dijo...

Muy buen artículo, enhorabuena.

Tramos dijo...



Descansa en Paz¡¡


tRamos